Es esa una expresión que pude conocer a lo largo de la asistencia a un casting para seleccionar a un grupo de modelos que debían protagonizar una pasarela organizada por un estamento al que en una -ya lejana- etapa de mi vida profesional tuve que asistir.
Se trata de una especie de regla de oro para ser aplicada en el momento que el desfilante, sin dejar de avanzar y con un cierto aire torero, se saca la chaqueta y prendiéndola por el cuello con el dedo índice, se la cuelga displicentemente a su espalda.
A cada ensayo, el director de la cosa al llegar a ese punto exclamaba: ¡¡¡SIN PERDER EL CUELLO!!! (de la chaqueta, naturalmente).
La maniobra -probadlo en espacios abiertos- tiene su qué. No siempre y a todo el mundo le sale redonda. De ahí que el sonsonete de marras me quedara grabado para siempre.
Pues bien, esa circunstancia que no hubiese ido más allá de la mera anécdota tomó cuerpo y magnitud a partir del momento en que se la comenté a uno de mis patrocinadores favoritos con quien nos unían suficientes lazos de complicidad y confianza como para compartir ese tipo de asuntos.
Tanto es así que devino una auténtica expresión recurrente que solíamos incorporar con naturalidad a lo largo de nuestras conversaciones de negocios, hasta tal punto que incluso en alguna ocasión y ante el estupor de terceros nos vimos en la tesitura de tenerles que explicar el origen de nuestro secreto, llegando incluso a escenificarlo, como ya habréis adivinado... ¡sin perder el cuello!
(decicado con cariño a Rafael Garcia)
martes, 12 de junio de 2007
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